Finalmente comprendí y acepté que estaba en crisis. Repasé los contactos que tuve con Nacho, desde los más efímeros, hasta aquellos en los que sentí que podíamos entendernos.
Ahora que veo de lejos, como un invisible testigo, lo que me ilusionó en la fiesta de egresados, entiendo que me aferré a una fantansía. Y por años traté de convencerme que era real.
La más absurda de mis conductas fue inscribirme en la misma carrera que Ignacio, en una universidad privada, que no pude solventar por mucho tiempo, para estudiar algo que no iba conmigo. Por supuesto esta decisión no fue conciente y me negaba las verdaderas razones, justificando mi elección en la salida laboral de administración de empresas. El tiempo que fuimos compañeros pude conocer más a Nacho. Hicimos algunos trabajos juntos, compartimos más horas, pero nunca pasé de ser su buena compañera. "Sos re buena", me decía cuando hacía algún práctico sola en nombre de los dos.
Mi padres ya no podían ayudarme a pagar mi capricho, y empecé a trabajar. El trabajo me impedía cumplir con la asistencia perfecta o me quitaba tiempo para juntarme con mis compañeros, Nacho incluido. El medio estaba eliminando mi fin, y asumí que esa carrera no tenía que ver conmigo. Abandoné. Pero no a Nacho. Me las ingenié para que su padre me diera trabajo. Nacho se recibió y comenzó a administrar una de las sucursales. Lamentablemente la sucursal donde estoy está a cargo de su primo, Juan pelotudo.
Al tocar fondo todo esto parece absurdo. Estos días viví y trabajé a reglamento. Ya me había impuesto a mi misma que debía cambiar. Sacarme esta ridícula obsesión de mi cabeza. Permitirme vivir en un mundo real y no en el cuento de hadas que me inventé.
Antes veía a Nacho en todos lados. Todos se parecían a él. En las multitudes creía adivinar su figura.
Ahora voy a buscar a sus parecidos para olvidarme de él.